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Jorge Luis Borges es una inagotable fuente de sorpresas.Sus Obras, sus pensamientos, su particular idiosincracia,en este jardín de senderos que se bifurcan

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Cuento Los teólogos.Jorge Luis Borges

.Arrasado el jardín, profanados los cálices y las aras, entraron a caballo los hunos en la biblioteca monástica y rompieron los libros incomprensibles y los vituperaron y los quemaron, acaso temerosos de que las letras encubrieran blasfemias contra su dios, que era una cimitarra de hierro. Ardieron palimpsestos y códices, pero en el corazón de la hoguera, entre la ceniza, perduró casi intacto el libro duodécimo de la Civitas Dei, que narra que Platón enseñó en Atenas que, al cabo de los siglos, todas las cosas recuperarán su estado anterior, y él, en Atenas, ante el mismo auditorio, de nuevo enseñará esa doctrina. El texto que las llamas perdonaron gozó de una veneración especial y quienes lo leyeron y releyeron en esa remota provincia dieron en olvidar que el autor sólo declaró esa doctrina para poder mejor confutarla.Un siglo después, Aureliano, coadjutor de Aquilea, supo que a orillas del Danubio la novísima secta de los monótonos (llamados también anulares) profesaba que la historia es un círculo y que nada es que no haya sido y que no será. En las montañas, la Rueda y la Serpiente habían desplazado a la Cruz. Todos temían, pero todos se confortaban con el rumor de que Juan de Panonia, que se había distinguido por un tratado sobre el séptimo atributo de dios, iba a impugnar tan abominable herejía.

Aureliano deploró esas nuevas, sobre todo la última. Sabía que en materia teológica no hay novedad sin riesgo: luego reflexionó que la tesis de un tiempo circular era demasiado disímil, demasiado asombrosa, para que el riesgo fuera grave. (Las herejías que debemos temer son las que pueden confundirse con la ortodoxia.) Más le dolió la intervención - la intrusión - de Juan de Panonia. Hace dos años, éste había usurpado con su verboso De septima affectiones dei sive de aeternitate un asunto de la especialidad de Aureliano; ahora, como si el problema del tiempo le perteneciera, iba a rectificar, tal vez con argumentos de Procusto, con triacas más temibles que la Serpiente, a los anulares... Esa noche, Aureliano pasó las hojas del antiguo diálogo de Plutarco sobre la cesación de los oráculos; en el párrafo veintinueve, leyó una burla contra los estoicos que defienden un infinito ciclo de mundos, con infinitos soles, lunas, Apolos, Dianas y Poseidones. El hallazgo le pareció un pronóstico favorable; resolvió adelantarse a Juan de Panonia y refutar a los heréticos de la Rueda.

Hay quien busca el amor de una mujer para olvidarse de ella, para no pensar más en ella; Aureliano, parejamente, quería superar a Juan de Panonia para curarse del rencor que éste le infundía, no para hacerle mal. Atemperado por el mero trabajo, por la fabricación de silogismos y la invención de injurias, por los nego y los autem y los nequaquam, pudo olvidar ese rencor. Erigió vastos y casi inextricables períodos, estorbados de incisos, donde la negligencia y el solecismo parecían formas del desdén. De la cacofonía hizo un instrumento. Previó que Juan fulminaría a los anulares con gravedad profética; optó, para no coincidir con él, por el escarnio. Agustín había escrito que Jesús es la vía recta que nos salva del laberinto circular en que andan los impíos; Aureliano, laboriosamente trivial, los equiparó con Ixión, con el hígado de Prometeo; con Sísifo, con aquel rey de Tebas que vio dos soles; con la tartamudez, con loros, con espejos, con ecos, con mulas de noria y con silogismos bicornutos. (Las fábulas gentílicas perduraban, rebajadas a adornos.) Como todo poseedor de una biblioteca, Aureliano se sabía culpable de no conocerla hasta el fin; esa controversia le permitió cumplir con muchos libros que parecían reprocharle su incuria. Así pudo engastar un pasaje de la obra De principiis de Orígenes, donde se niega que Judas Iscariote volverá a vender al Señor, y otro de los Academica priora de Cicerón, en el que éste se burla de quienes sueñan mientras él conversa con Lúculo, otros Lúculos y otros Cicerones, en número infinito, dicen puntualmente lo mismo, en infinitos mundos iguales. Además esgrimió contra los monótonos el texto de Plutarco y denunció lo escandaloso de que a un idólatra le valiera más el lumen naturae que a ellos la palabra de Dios. Nueve días le tomó ese trabajo; el décimo, le fue remitido un traslado de la refutación de Juan de Panonia.

Era casi irrisoriamente breve; Aureliano la miró con desdén y luego con temor. La primera parte glosaba los versículos terminales del noveno capítulo de la Epístola a los Hebreos, donde se dice que Jesús no fue sacrificado muchas veces desde el principio del mundo, sino ahora una vez en la consumación de los siglos. La segunda alegaba el precepto bíblico sobre las vanas repeticiones de los gentiles (Mateo 6:7) y aquel pasaje del séptimo libro de Plinio, que pondera que en el dilatado universo no hay dos caras iguales. Juan de Panonia declaraba que tampoco hay dos almas y que el pecador más vil es precioso como la sangre que por él vertió Jesucristo. El acto de un solo hombre (afirmó) pesa más que los nueve cielos concentricos y trasoñar que puede perderse y volver es una aparatosa frivolidad. El tiempo no rehace lo que perdemos; la eternidad lo guarda para la gloria y también para el fuego. El tratado era límpido, universal; no parecía redactado por una persona concreta, sino por cualquier hombre o, quizá, por todos los hombres.

Aureliano sintió una humillación casi física. Pensó destruir o reformar su propio trabajo; luego, con rencorosa probidad, lo mandó a Roma sin modificar una letra. Meses después, cuando se juntó con el concilio de Pérgamo, el teólogo encargado de impugnar los errores de los monótonos fue (previsiblemente) Juan de Panonia; su docta y mesurada refutación bastó para que Euforbo, heresiarca, fuera condenado a la hoguera. Esto ha ocurrido y volverá a ocurrir, dijo Euforbo. No encendéis una pira, encendéis un laberinto de fuego. Si aquí se unieran toda las hogueras que he sido, no cabrían en la Tierra y quedarían ciegos los ángeles. Esto lo dije muchas veces. Después gritó, porque lo alcanzaron las llamas.

Cayó la Rueda ante la Cruz (1), pero Aureliano y Juan prosiguieron su batalla secreta. Militaban los dos en el mismo ejército, anhelaban el mismo galardón, guerreaban con el mismo Enemigo, pero Aureliano no escribió una palabra que inconfesablemente no propendiera a superar a Juan. Su duelo fue invisible; si los copiosos índices no me engañan, no figura una sola vez el nombre del otro en los muchos volúmenes de Aureliano que atesora la Patrología de Migne. (De las obras de Juan, sólo han perdurado veinte palabras.) Los dos desaprobaron los anatemas del segundo concilio de Constantinopla; los dos persiguieron a los arrianos, que negaban la generación eterna del Hijo; los dos atestiguaron la ortodoxia de la Topographia christiana de Cosmas, que enseña que la Tierra es cuadrangular, como el tabernáculo hebreo. Desgraciadamente, por los cuatro ángulos de la tierra cundió otra tempestuosa herejía. Oriunda del Egipto o del Asia (porque los testimonios difieren y Bousset no quiere admitir las razones de Harnack), infestó las provincias orientales y erigió santuarios en Macedonia, en Cartago y en Tréveris. Pareció estar en todas partes; se dijo que en la diócesis de Britania habían sido invertidos los crucifijos y que a la imagen del señor, en Cesárea, la había suplantado un espejo. El espejo y el óbolo eran emblemas de los nuevos cismáticos.

La historia los conoce por muchos nombres (especulares, abismales, cainitas), pero de todos el más recibido es histriones, que Aureliano les dio y que ellos con atrevimiento adoptaron. En Frigia les dijeron simulacros, y también en Dardania. Juan Damasceno los llamó formas; justo es advertir que el pasaje ha sido rechazado por Erfjord. No hay heresiólogo que con estupor no refiera sus desaforadas costumbres. Muchos histriones profesaron el ascetismo; alguno se mutiló, como Orígenes; otros moraron bajo tierra, en las cloacas; otros se arrancaron los ojos; otros (los nabucodonosores de Nitria) "pacían como los bueyes y su pelo crecía como de águila". De la mortificación y el rigor pasaban, muchas veces, al crimen; ciertas comunidades toleraban el robo; otras, el homicidio; otras, la sodomía, el incesto y la bestialidad. Todas eran blasfemas; no sólo maldecían del Dios cristiano, sino de las arcanas divinidades de su propio panteón. Maquinaron libros sagrados, cuya desaparición deploraban los doctos. Sir Thomas Browne, hacia 1658, escribió "El tiempo ha aniquilado los ambiciosos Evangelios Histriónicos, no las Injurias con que se fustigó su Impiedad"; Erfjord ha sugerido que esas "injurias"(que preserva un códice griego) son los evangelios perdidos. Ello es incomprensible, si ignoramos la cosmología de los histriones.

En los libros herméticos está escrito que lo que hay abajo es igual a lo que hay arriba, y lo que hay arriba, igual a lo que hay abajo; en el Zohar, que el mundo inferior es reflejo del superior. Los histriones fundaron su doctrina sobre una perversión de esa idea. Invocaron a Mateo 6:12 ("perdónanos nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores") y 11:12 ("el reino de los cielos padece fuerza") para demostrar que la Tierra influye en el cielo, y a I Corintios 13:12 ("vemos ahora por espejo, en oscuridad") para demostrar que todo lo que vemos es falso. Quizá contaminados por los monótonos, imaginaron que todo hombre es dos hombres y que el verdadero es el otro, el que está en el cielo. También imaginaron que nuestros actos proyectan en reflejo invertido, de suerte que si velamos, el otro duerme; si fornicamos, el otro es casto; si robamos, el otro es generoso. Muertos, nos uniremos a él y seremos él. (Algún eco de esas doctrinas perduró en Bloy.) Otros histriones discurrieron que el mundo concluiría cuando se agotara la cifra de sus posibilidades: ya que no puede haber repeticiones, el justo debe eliminar (cometer) los actos más infames, para que éstos no manchen el porvenir y para acelerar el advenimiento del reino de Jesús. Ese artículo fue negado por otras sectas, que defendieron que la historia del mundo debe cumplirse en cada hombre. Los más, como Pitágoras, deberán transmigrar por muchos cuerpos antes de obtener su liberación; algunos, los proteicos, "en el término de una sola vida, son leones, son dragones, son jabalíes, son agua y son un árbol". Demóstenes refiere la purificación por el fango a que eran sometidos los iniciados en los misterios órficos; los proteicos, analógicamente, buscaron la purificación por el mal. Entendieron, como Carpócrates, que nadie saldrá de la cárcel hasta pagar el último óbolo (Lucas 12:59), y solían embaucar a los penitentes con este otro versículo: "Yo he venido para que tenga vida los hombres y para que la tengan en abundancia"(Juan 10:10). También decían que no ser un malvado es una soberbia satánica... Muchas y divergentes mitologías urdieron los histriones; unos predicaron el ascetismo; otros la licencia, todos la confusión. Teopompo, histrión de Berenice, negó todas las fábulas: dijo que cada hombre es un órgano que proyecta la divinidad para sentir el mundo.

Los herejes de la diócesis de Aureliano eran de los que afirmaban que el tiempo no tolera repeticiones, no de los que afirmaban que todo acto se refleja en el cielo. Esa circunstancia era rara; en un informe a las autoridades romanas, Aureliano la mencionó. El prelado que recibiría el informe era confesor de la emperatriz; nadie ignoraba que ese ministerio exigente le vedaba las íntimas delicias de la teología especulativa. Su secretario - antiguo colaborador de Juan de Panonia, ahora enemistado con él - gozaba de renombre de puntualísimo inquisidor de heterodoxias; Aureliano agregó una exposición de la herejía histriónica, tal como ésta se daba en los conventículos de Genua y de Aquilea. Redactó unos párrafos: cuando quiso escribir la tesis atroz de que no hay dos instantes iguales, su pluma se detuvo. No dio con la fórmula necesaria: las admoniciones de la nueva doctrina ("¿Quieres ver lo que no vieron ojos humanos? Mira la luna ¿Quieres oír lo que los oídos no oyeron? Oye el grito del pájaro. ¿Quieres tocar lo que no tocaron las manos? Toca la tierra. Verdaderamente digo que Dios está por crear el mundo") eran harto afectadas y metafóricas para la transcripción. De pronto, una oración de veinte palabras se presentó a su espíritu. La escribió, gozoso; inmediatamente después, lo inquietó la sospecha de que era ajena. Al día siguiente, recordó que la había leído hacía muchos años en el Adversus annulares que compuso Juan de Panonia. Verificó la cita; ahí estaba. La incertidumbre lo atormentó. Variar o suprimir esas palabras era debilitar la expresión; dejarlas, era plagiar a un hombre que aborrecía; indicar la fuente, era denunciarlo. Imploró el socorro divino. Hacia el principio del segundo crepúsculo, el ángel de su guarda le dictó una solución intermedia. Aureliano conservó las palabras, pero les antepuso este aviso: Lo que ladran ahora los heresiarcas para confusión de la fe, lo dijo en este siglo un varón doctísimo, con más ligereza que culpa. Después, ocurrió lo temido, lo esperado, lo inevitable. Aureliano tuvo que declarar quién era ese varón; Juan de Panonia fue acusado de profesar opiniones heréticas.

Cuatro meses después, un herrero del Aventino, alucinado por los engaños de los histriones, cargó sobre los hombros de su hijito una gran esfera de hierro, para que su doble volara. El niño murió; el horror engendrado por ese crimen impuso una intachable severidad a los jueces de Juan. Éste no quiso retractarse; repitió que negar su proposición era incurrir en la pestilencial herejía de los monótonos. No entendió (No quiso entender) que hablar de los monótonos era hablar de los ya olvidado. Con insistencia algo senil, prodigó los períodos más brillantes de sus viejas polémicas; los jueces ni siquiera oían lo que los arrebató alguna vez. En lugar de tratar de purificarse de la más leve mácula de histrionismo, se esforzó en demostrar que la proposición de que lo acusaban era rigurosamente heterodoxa. Discutió con los hombres cuyo fallo dependía su suerte y cometió la máxima torpeza de hacerlo con ingenio y con ironía. El 26 de octubre, al cabo de una discusión que duró tres días y tres noches, lo sentenciaron a morir en la hoguera.

Aureliano presenció la ejecución, porque no hacerlo era confesarse culpable. El lugar del suplicio era una colina, en cuya verde cumbre había un palo, hincado profundamente en el suelo, y en torno muchos haces de leña. Un ministro leyó la sentencia del tribunal. Bajo el sol de las doce, Juan de Panonia yacía con la cara en el polvo, lanzando bestiales aullidos. Arañaba la tierra, pero los verdugos lo arrancaron, lo desnudaron y por fin lo amarraron a la picota. En la cabeza le pusieron una corona de paja untada en azufre; al lado, un ejemplar del pestilente Adversus annulares. Había llovido la noche anterior y la leña ardía mal. Juan de Panonia rezó en griego y luego en un idioma desconocido. La hoguera iba a llevárselo, cuando Aureliano se atrevió a alzar los ojos. Ls ráfagas ardientes se detuvieron; Aureliano vio por primera y última vez el rostro del odiado: Le recordó el de alguien, pero no pudo precisar el de quién. Después, las llamas lo perdieron; después gritó y fue como si un incendio gritara.

Plutarco ha referido que Julio César lloró la muerte de Pompeyo; Aureliano no lloró la de Juan, pero sintió lo que sentía un hombre curado de una enfermedad incurable, que ya fuera una parte de su vida. En Aquilea, en Éfeso, en Macedonia dejó que sobre él pasaran los años. Buscó los arduos límites del Imperio, las torpes ciénagas y los contemplativos desiertos, para que lo ayudara la soledad a entender su destino. En una celda mauritana, en la noche cargada de leones, repensó la compleja acusación contra Juan de Panonia y justificó, por enésima vez, el dictamen. Más le costó justificar su tortuosa denuncia. En Rusaddir predicó el anacrónico sermón Luz de las luces encendida en la carne de un réprobo. En Hibernia, en una de las chozas de un monasterio cercado por la selva, lo sorprendió una noche, hacia el alba, el rumor de la lluvia. Recordó una noche romana en que lo había sorprendido, también, ese minucioso rumor. Un rayo, al mediodía, incendió los árboles y Aureliano pudo morir como había muerto Juan

El final de la historia sólo es referible en metáfora, ya que pasa en el reino de los cielos, donde no hay tiempo. Tal vez cabría decir que Aureliano conversó con Dios y que Éste se interesa tan poco en diferencias religiosas que lo tomó por Juan de Panonia. Ello, sin embargo, insinuaría una confusión de la mente divina. Más correcto es decir que en el paraíso, Aureliano supo que para la insondable divinidad, él y Juan de Panonia ( el ortodoxo y el hereje, el aborrecedor y el aborrecido, el acusador y la víctima) formaban una sola persona.
Cuento completo de Jorge Luis Borges. Transcripción por Henzo Lafuente
Referencia: http://www.apocatastasis.com/los-teologos-jorge-luis-borges.php#ixzz0jQebhDrB
© Apocatastasis: Literatura y Contenidos Seleccionados
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3 comentarios:

  1. me parece un cuento tan complejo ahora estoy haciendo un trabajo acerca de el y estoy hecha un ocho

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  2. lo mismo digo, hermoso pero comlejo y la verdad es que no sé por donde empezar mi trabajo

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  3. La verdad es un cuento muy fantástico... pero hay que entender es simplemente literatura...

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Biografía

"Autor contemporáneo Argentino que goza de mayor fama internacional ". Hijo de Jorge Guillermo Borges profesor y escritor y de Leonor Acevedo Haedo. Nació en Buenos Aires, el 24 de Agosto de 1899. El 4 de Marzo de 1901, nace su hermana, Norah, compañera de juegos con la que no peleaba nunca y con la que compartió sus miedos infantiles. Su padre a menudo le recitaba poesías en inglés; " idioma que se alternaba en el hogar con el español por la influencia de su abuela paterna Haslam Arnet ( inglesa )" , de Swiburne y de Keats, sus preferidos. La madre Leonor, afirmaba que fue su marido quien guió a su hijo en los gustos literarios; poseían la misma inteligencia, el mismo tipo de " humour " y conversaban de literatura mano a mano, desde que Jorge fue muy joven. El chico aprendió a leer en inglés y más tarde en Castellano, pero ni él ni su hermana fueron a la escuela, después de recibir en su hogar la instrucción que le imparte una institutriz inglesa, ingresó en el cuarto grado de la escuela primaria del Estado. El inglés fue el idioma de su infancia y en 1908 tradujo " El Príncipe Feliz ", de Oscar Wilde. Viajó luego a Europa con su familia, donde visitó París y se instaló en Ginebra, Suiza, donde los niños realizarían sus estudios refugiándose de la guerra. Estuvo luego en Francia, Alemania y España donde se inició como poeta y unió al grupo de los ultraístas, cuyo movimiento difundió en la Argentina. En 1922 funda la revista " Proa ", junto con González Lanuza, Macedonio Fernández y Norah Lange. De regreso en Buenos Aires se entregó a la poesía, dentro del movimiento ultraísta porteño, y publicó su primera colección Fervor de Buenos Aires ( 1923 ) y más tarde Cuaderno de San Martín. Integró el grupo literario Martín Fierro y participó en varias revistas. Transitó luego al relato y al ensayo corto y dio a conocer su Historia Universal de la Infamia ( 1935 ), que llamó poderosamente la atención del público literario por la novedad de los ensayos y la agudeza de los razonamientos, características que habría de conservar en su prosa para siempre. Dentro de esta línea publicó más tarde dos importantes colecciones de cuentos, Ficciones ( 1944 ) y El Aleph ( 1949 ). Fue más tarde profesor de literatura inglesa en la Facultad de Filosofía y Letras y se lo designó director de la Biblioteca Nacional ese mismo año. Obtuvo el " Prix International des Editeurs " en 1961, compartido con el escritor irlandés Samuel Beckett. Viajó por Europa y América dictando cursos y conferencias en numerosas universidades e instituciones culturales del país y del extranjero. Continuó publicando cuentos, poesías y ensayos en diversas revistas y diarios, que compiló más tarde en otros volúmenes. En 1946, al asumir Perón el gobierno, elegido en elecciones realizadas en ese año, es transferido en julio por el intendente Emilio Siri de su puesto de bibliotecario al de inspector de pollos, gallinas y conejos en las ferias municipales. Se trataba de una humillante venganza por su decidida oposición al peronismo. Borges renuncia y sigue dando conferencias (siempre vigiladas por policías o pesquisas del gobierno peronista) en el Instituto de Cultura Inglesa para ganarse la vida. Borges ha sido recompensado en su país y en el extranjero con un gran número de distinciones; entre ellas podemos nombrar: el Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores, que fue creado especialmente para él; de la cual fue presidente desde 1950 a 1953, el Primer Premio Nacional de Literatura ( 1956 ), el Premio Alfonso Reyes de México, el Premio Interamericano de Literatura Matarazzo Sobrinho de Brasil, en 1965 el embajador de Italia le entrega la medalla de oro del IX Premio de Poesía de la ciudad de Florencia, en 1966 recibe de la comuna de Milán el IX Premio Internacional Madonnina, el 22 de Mayo de 1968 el embajador de Italia le entrega las insignias de la Orden del Mérito de la República Italiana en el grado de Gran Oficial, a fines de Agosto de 1976 el gobierno de Chile lo condecora con la orden al mérito Bernardo O' Higgins en el grado de Gran Cruz, en Agosto de 1979 recibe de la República de Santo Domingo el premio denominado Canoabo de oro, el 3 de Junio de 1981 recibe en Cambridge (E.E.U.U) el doctorado Honoris de la Universidad de Harvard, a fines del mismo mes se le otorga el Doctorado Honoris Causa en Letras de la Universidad de Puerto Rico, fue designado doctor " honoris " causa de la Universidad Nacional de Cuyo y de la Universidad de Michigan (E.E.U.U ), etc. Desde 1962 fue miembro de la Academia Argentina de Letras. Su nombre fue propuesto varias veces para el Premio Nobel de Literatura. Sus obras se han traducido a veintiún idiomas. Como narrador, es considerado uno de los grandes cuentistas de la literatura universal. Sus obras han influido en escritores de todas las latitudes. Trabajaron en conjunto con Adolfo Bioy Casares, bajo el nombre de Bustos Domecq. Algunas de sus obras fueron: Dos fantasías memorables (1946 ); Seis problemas para don Isidro Parodi ( 1942 ); Cuentos breves y extraordinarios ( 1955 ) y algunos más. En 1973, la Municipalidad de Buenos Aires, lo declara ciudadano ilustre.A causa de su creciente ceguera, que motivó múltiples operaciones, se le prohibe leer y escribir, órdenes que son cumplidas por su madre y amigos. Finalmente, el 14 de junio de 1986 muere a sus 87 años en Ginebra. Obras LOS CUENTOS DE BORGES Aunque la poesía de Borges es digna de elogio, su fama internacional se debe a sus cuentos y ensayos. Se ha dicho que nadie en lengua española moderna ha creado como él un estilo " tan estilo ". En efecto, su personalidad artística se respalda no sólo en una temática novedosa, sino también en una técnica y en un estilo literario propio. Sus temas son en general de procedencia libresca, en cuanto parecen suscitados por lecturas del autor, quien una vez tomado el asunto en sus manos les da una perspectiva y una derivación originales, y convierte así, esa materia erudita y muerta, en un asunto de vitalidad e interés actuales. FICCIONES DE BORGES La infatigable oriqinalidad de Jorqe Luis Borges encuentra en este libro oportunidad de amplio lucimiento. Ficciones dio lugar en su momento a la enjundiosa admiración de la crítica sobre él, poco pueden agregar estás líneas que no buscan presentar al libro, sino simplemente repetir que Ficciones es imprescindible en la actualidad para juzgar la literatura contemporánea. El crítico y humanista Roger Caillois ha pronunciado palabras definitivamente consaqratorias: "Actualmente puede decirse sin paradoja que Borges es más conocido, más admirado y, sobre todo, más estudiado en las márgenes del Sena que en las del Río de la Plata." Traducido a varios idiomas, Ficciones fue galardoneado en 1961 con el Premio Internacional otorgado a los editores de Francia, EE.UU., lnqlaterra, ltalia, Alemania y España. A la edición primitiva, Borges agregó tres cuentos: El Fin, La Secta del Fénix y El Sur. Vuelven, pues, de nuevo a manos del lector Funes el memorioso, El jardín de senderos que se bifurcan, Tlón, Ugbar, Orbis Tertius. Con cada uno de los cuentos de Ficciones podría hacerse una selección por separado que incluyera los mejores del género. Todos pertenecen a la clásica categoría de las piezas antológicas. Medido y filoso, el estilo de Borges describe con acertada rapidez, la nota humorística de Pierre Menar, autor del Quijote, o el suspenso matemático de La muerte y la brújula, o la penetrada filosofía de El Sur; sin hablar de la Biblioteca de Babel, página premonitora y lúcida del actual director de la Biblioteca Nacional. LA COSMOVISIÓN DE BORGES Hay un trasfondo filosófico en todos ellos que se refleja en su concepción peculiar del tiempo, el espacio, la muerte, el infinito, la existencia humana y el mundo. Borges toma el mundo existente y real como si fuera una alucinación o una idealización dentro de la cual vivimos, sin darnos cuenta. La muerte es para él la clave de la vida y cada uno tiene su vida personal. El destino humano es incomprensible para el ser humano, y la vida se repite con nosotros simétricamente, es un inexplicable laberinto de destinos: el destino es como otra persona que llevamos dentro de nosotros mismos. El tiempo es un eterno retorno, un regreso hacia el infinito que se repite constantemente. Borges, debe toda esta concepción a su constante lectura de los filósofos. TÉCNICA Y ESTILO Aunque Borges se inició poéticamente con temas de repercusión popular, como la ciudad de Bs.As., sus calles, patios, compadritos, etc.; parece haber renunciado a esta modalidad ya que sus cuentos son materia literaria para otro tipo de público. Se requiere una erudición particular para poder entender a fondo el simbolismo de ellos, y esta erudición no siempre está al alcance de todos. Los géneros preferidos del escritor fueron el cuento fantástico, de contenido metafísico desarrollado dentro de una estructura algo parecida a la del relato policial, el tiempo y lo intemporal, la paradoja, la naturaleza, etc. Sus cuentos como sus relatos y sus poesías, son de una arquitectura estructural muy bien pensada, lógicamente desarrollados, y escritos con una economía de recursos certeramente planeada. Nada sobra en ellos, pero nada falta. Escribe lo estrictamente necesario para decir lo que tiene que narrar, y no se excede en ningún momento. Su estilo es otra de la novedades. Se ha dicho que sus ensayos y sus cuentos constituyen una serie de problemas literarios y filosóficos que , introduce con brevedad y resuelve con gracia y elegancia. OTRAS DE SUS OBRAS SON: " Poesía y Prosa "; El hacedor ( 1960 ); Elogio de la Sombra ( 1969 ); El Oro de los Tigres ( 1972 ). " Ensayos "; Inquisiciones ( 1925 ); El tamaño de mi Esperanza ( 1926 ); Evaristo Carriego ( 1930 ); Aspectos de la Literatura Gauchesca ( 1950 ); Otras Inquisiciones ( 1952 ); Borges Oral ( 1979 ); Historia de la Eternidad ( 1936 ); Libro de los Sueños ( 1976 ); Nueve Ensayos Dantescos ( 1982 ); Prólogos ( 1975 ), y algunos más. " Ficción "; El Jardín de Senderos que se Bifurcan ( 1941 ); La muerte y la Brújula ( 1951 ); El Libro de los Seres Imaginarios ( 1968 ); El Libro de Arena ( 1975 ) y Rosa y Azul ( 1977 ).

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